Cerumen
Como la cera discurre y transcurre, fluye, por el borde de una vela; se seca y se endurece, aumentando el tamaño en la base y reduciendo poco a poco la cima, en intervalos de tiempo minúsculos pero perceptibles aún al ojo humano, así un barro intrínsecamente indefinible pero que por su similitud física denominamos igual se deposita como restillos erosionados de lo oído en nuestra oreja, restos de recuerdos pesados que no cesan. Tímpano, martillo y timbre sienten la presión de este barro inmundo que los ciega, que los aplasta y que los anula. Este ente terroso, pegajoso, actúa como un tapón para el cerebro humano, que se encierra en el espacio cavernoso-craneal entre oreja y oreja, entre cera y cera, dónde sólo se oye el eco de su cavilar.
Para abrirlo hay varios métodos. Nadie nunca se ha parado a pensarlo, pero todos estos métodos remiten a lo mismo: vaciar. Vaciar de cera los oídos, deshacer esa cera (los recuerdos) o eliminarla, de tal modo que todo aquél que sufre este proceso, junto a la incómoda situación de que le estén toqueteando por dentro, siente la increíble sensación de libertad... escucha el espacio y los colores y su amplitud genera una pequeña sensación de vértigo.
El individuo está ahora preparado para el mundo nuevo que se le presenta a su alrededor. En realidad no es más que todo lo oído anteriormente, pero las sensaciones nunca son las mismas. Siempre queda algún restillo. Esa cera siempre vuelve y señores, hay que estar prevenidos: limpiarse bien los oídos todos los días es norma de higiene y señal de buena salud, no vaya a ser que dejemos de nuevo de escuchar, para oír.
