Visceras
Doble fila. Coche gris noche. Recién salido del autolavado. Luz de radio último modelo. Dire Straits a todo trapo. Ventanas abiertas, Verano; sería lo mismo en Invierno, con las ventanas cerrradas, como la noche. Asiento delantero, tapiceria sencilla. El motor parado. Más de una vez alguien (yo, por ejemplo) se ha llevado un susto: en definitiva no esperas encontrarte con una cosa así de repente, a las 3:30 AM.
Posa el reposacabezas suave bajo el cuero cabelludo, los párpados descansan. La espalda moldea el respaldo del asiento, que se acomoda como puede bajo el peso de un hombre cuarentón de complexión mediana, más bien grande. Las piernas hace tiempo que se fundieron bajo la oscuridad bajo el volante. Bajo el coche, la calzada.
Ondas sonoras de frecuencia variada se sumergen en la porosidad de una piel indeterminada. Vibraciones microscópicamente inapreciables ondulan entre tejidos musculosos y resuenan opacos en los blanquecinos huesos rellenos de esponjoso tuétano. Y van a morir a ese mismo tejido tuetilaginoso que coge y recoge esas mismas vibraciones. Todo un cuerpo dedicado a la escucha infinita de Dire Straits. Todo un cuerpo dependiente de un sólo organo: el tímpano. El corazón bombea sangre vibracionada que se propaga oxigenadoramente en la reverberación de las cavidades internas de órganos multifuncionales actualmente inservibles.
Con tanto peso a su cargo, el pequeño tímpano que no es ni la centésima parte de la masa corporal del susodicho, acaba por desmayarse, exhausto.
El silencio encierra entre capas de piel un organismo machacado, exhausto también porqué no. Tejidos debilitados, músculos debilitados, huesos debilitados y tuétano deshecho. Bajo la piel ya no queda más que un líquido viscoso que recuerda vagamente el caldillo de los callos a la madrileña. El humano especímen se ha convertido en una masa de piel informe que se desliza por la tapicería del coche. Se desliza hasta alcanzar la oscuridad bajo el volante en la que anteriormente desaparecieron unas piernas actualmente sin dueño.
Exterior. 5:00 AM. Noche cerrada. Coche gris. Radio encendida, aún. Sonido de motor; mejor: sonido de acelerador machacando, un coche sin batería cuesta arrancarlo. Sonido chirriante contínuo, machacón, que poco a poco va cogiendo ritmo y ritmo y ritmo y más rápido hasta que al fin... Por esta vez funciona. Me pregunto para qué toda esta parafernalia, para qué este quedarse en el coche hasta las tantas, siempre con los Dire Straits. Para gastar batería, seguro. Absurdo, pero no hay mejor solución. Igual malas noches con la parienta. Joder, tener que ir al coche! 'Amos, no jodas. Pero yo creo que no estaba durmiendo. Igual estaba con alguien.
Sin avisar, el coche arranca y marcha. Sobre la calzada va dejando un rastro de líquido viscoso gelatinoso que fluye calle abajo y al fin descansa entre las caricias de las barras de los sumideros; amanece.

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