No nos parecemos ni en el blanco de los ojos
Sabes que se queman mis ojos sobre tu piel. Tu piel rabia y se queman y arden. Yo lo sé también, pero quién puede decirnos que eso está mal. Tú no existes y poco más tarde seré incapaz de reconocerme a mí mismo bajo mi propia mirada consumida en cenizas que al más mínimo movimiento de cabeza se desharán, se desliarán
sobre la brisa,
brisa de mar.
brisa de mar.
Un mar calmado, quizá hasta tétrico.
Blanco.
De puro, el agua azúl rezuma blanco y las cenizas (mis ojos) son la arena y probablemente seas tú quien los riega con tu agua salada de sudor frío o caliente. Y las nubes son tus poros y hay algo que es el sol, pero ese sol no existe. No debería estar ahí. Hay algo, algo que no cuadra. Algo que me es extraño, y también para tí lo es, o eso creo; por eso es extraño. Es la cuna de la blancura ese sol que deshace el azul del agua, que eres tú, hasta convertirlo en blanco, que no es nada. Más blanco y más, tanto que nubla la vista. Blanco, puro, inerte, fuera ya la rabia de tu piel consumida, esa mirada ha teñido de blanco mis ojos.
Ahora es cuando echo de menos a mis pupilas, tan frágiles, tan diminutas, tan negras...
