Monday, December 11, 2006

No nos parecemos ni en el blanco de los ojos

Sabes que se queman mis ojos sobre tu piel. Tu piel rabia y se queman y arden. Yo lo sé también, pero quién puede decirnos que eso está mal. Tú no existes y poco más tarde seré incapaz de reconocerme a mí mismo bajo mi propia mirada consumida en cenizas que al más mínimo movimiento de cabeza se desharán, se desliarán
sobre la brisa,
brisa de mar.

Un mar calmado, quizá hasta tétrico.
Blanco.


De puro, el agua azúl rezuma blanco y las cenizas (mis ojos) son la arena y probablemente seas tú quien los riega con tu agua salada de sudor frío o caliente. Y las nubes son tus poros y hay algo que es el sol, pero ese sol no existe. No debería estar ahí. Hay algo, algo que no cuadra. Algo que me es extraño, y también para tí lo es, o eso creo; por eso es extraño. Es la cuna de la blancura ese sol que deshace el azul del agua, que eres tú, hasta convertirlo en blanco, que no es nada. Más blanco y más, tanto que nubla la vista. Blanco, puro, inerte, fuera ya la rabia de tu piel consumida, esa mirada ha teñido de blanco mis ojos.

Ahora es cuando echo de menos a mis pupilas, tan frágiles, tan diminutas, tan negras...

Friday, December 08, 2006

Entre nosotros y yo, sabéis, hay un mundo;
y en ese mundo reina el silencio, tajante.

Friday, November 10, 2006

Cerumen

Como la cera discurre y transcurre, fluye, por el borde de una vela; se seca y se endurece, aumentando el tamaño en la base y reduciendo poco a poco la cima, en intervalos de tiempo minúsculos pero perceptibles aún al ojo humano, así un barro intrínsecamente indefinible pero que por su similitud física denominamos igual se deposita como restillos erosionados de lo oído en nuestra oreja, restos de recuerdos pesados que no cesan. Tímpano, martillo y timbre sienten la presión de este barro inmundo que los ciega, que los aplasta y que los anula. Este ente terroso, pegajoso, actúa como un tapón para el cerebro humano, que se encierra en el espacio cavernoso-craneal entre oreja y oreja, entre cera y cera, dónde sólo se oye el eco de su cavilar.

Para abrirlo hay varios métodos. Nadie nunca se ha parado a pensarlo, pero todos estos métodos remiten a lo mismo: vaciar. Vaciar de cera los oídos, deshacer esa cera (los recuerdos) o eliminarla, de tal modo que todo aquél que sufre este proceso, junto a la incómoda situación de que le estén toqueteando por dentro, siente la increíble sensación de libertad... escucha el espacio y los colores y su amplitud genera una pequeña sensación de vértigo.

El individuo está ahora preparado para el mundo nuevo que se le presenta a su alrededor. En realidad no es más que todo lo oído anteriormente, pero las sensaciones nunca son las mismas. Siempre queda algún restillo. Esa cera siempre vuelve y señores, hay que estar prevenidos: limpiarse bien los oídos todos los días es norma de higiene y señal de buena salud, no vaya a ser que dejemos de nuevo de escuchar, para oír.

Tuesday, November 07, 2006

Visceras

Doble fila. Coche gris noche. Recién salido del autolavado. Luz de radio último modelo. Dire Straits a todo trapo. Ventanas abiertas, Verano; sería lo mismo en Invierno, con las ventanas cerrradas, como la noche. Asiento delantero, tapiceria sencilla. El motor parado. Más de una vez alguien (yo, por ejemplo) se ha llevado un susto: en definitiva no esperas encontrarte con una cosa así de repente, a las 3:30 AM.

Posa el reposacabezas suave bajo el cuero cabelludo, los párpados descansan. La espalda moldea el respaldo del asiento, que se acomoda como puede bajo el peso de un hombre cuarentón de complexión mediana, más bien grande. Las piernas hace tiempo que se fundieron bajo la oscuridad bajo el volante. Bajo el coche, la calzada.

Ondas sonoras de frecuencia variada se sumergen en la porosidad de una piel indeterminada. Vibraciones microscópicamente inapreciables ondulan entre tejidos musculosos y resuenan opacos en los blanquecinos huesos rellenos de esponjoso tuétano. Y van a morir a ese mismo tejido tuetilaginoso que coge y recoge esas mismas vibraciones. Todo un cuerpo dedicado a la escucha infinita de Dire Straits. Todo un cuerpo dependiente de un sólo organo: el tímpano. El corazón bombea sangre vibracionada que se propaga oxigenadoramente en la reverberación de las cavidades internas de órganos multifuncionales actualmente inservibles.

Con tanto peso a su cargo, el pequeño tímpano que no es ni la centésima parte de la masa corporal del susodicho, acaba por desmayarse, exhausto.

El silencio encierra entre capas de piel un organismo machacado, exhausto también porqué no. Tejidos debilitados, músculos debilitados, huesos debilitados y tuétano deshecho. Bajo la piel ya no queda más que un líquido viscoso que recuerda vagamente el caldillo de los callos a la madrileña. El humano especímen se ha convertido en una masa de piel informe que se desliza por la tapicería del coche. Se desliza hasta alcanzar la oscuridad bajo el volante en la que anteriormente desaparecieron unas piernas actualmente sin dueño.

Exterior. 5:00 AM. Noche cerrada. Coche gris. Radio encendida, aún. Sonido de motor; mejor: sonido de acelerador machacando, un coche sin batería cuesta arrancarlo. Sonido chirriante contínuo, machacón, que poco a poco va cogiendo ritmo y ritmo y ritmo y más rápido hasta que al fin... Por esta vez funciona. Me pregunto para qué toda esta parafernalia, para qué este quedarse en el coche hasta las tantas, siempre con los Dire Straits. Para gastar batería, seguro. Absurdo, pero no hay mejor solución. Igual malas noches con la parienta. Joder, tener que ir al coche! 'Amos, no jodas. Pero yo creo que no estaba durmiendo. Igual estaba con alguien.

Sin avisar, el coche arranca y marcha. Sobre la calzada va dejando un rastro de líquido viscoso gelatinoso que fluye calle abajo y al fin descansa entre las caricias de las barras de los sumideros; amanece.

Sunday, November 05, 2006

Piel

Hoy me meto en la piel de docemil personas, docemil caras, todas distintas. Te das cuenta enseguida de que ya ha desaparecido la anterior cuando de pronto surge una nueva y de esa sí que no te das cuenta. Pasan una a una, al minuto, al segundo. Son muchas, infinitas, y reconoces en cada una de ellas el gesto que de pronto has dejado apartado en el extremo sur de tus faciales facciones de homo sapiens sapiens. Ahora son microsegundos, micras de segundo; surgen y resurgen a una velocidad vertiginosa. El vértigo se apodera de tí y son miles de luces multicolores que en el fondo y por el archiconocido sistema lumínico aditivo resultan en un fogonazo blanco sordo y silencioso.

Cegado por la luz, nuevas formas se habitúan a circular entre tus conos y bastoncillos. Libremente, como en casa, transfiguran los cuerpos luminodisformes en una masa de piel homoforme, que resuelve en las archifamosas faciálicas formas que conforman tu cara.

Efectivamente, debiste haberlo esperado:
un espejo